Los años de la elegancia

Lejos de quienes consideran el cuidado de la imagen una frivolidad materialista y excéntrica, además de una pérdida de tiempo, yo la observo como una necesidad casi obligatoria. Sobre todo cuando la edad se pone exigente y nos reclama justicia. Sin embargo muchos profesionales siguen pensando que lo único que se necesita para triunfar y para mantener un puesto de trabajo es la preparación técnica. 

Una buena imagen es siempre un buen reclamo. Pero a partir de los cincuenta esa buena imagen es una conveniente necesidad. Empeñados en hacernos invisibles, ni la sociedad ni la empresa nos lo quieren poner fácil.

¿ Y entonces…?

Seamos sinceros. Las bondades de la edad hay que ganárselas. A nosotros nos corresponde dar el primer paso.

Levantar miradas con 20 años, un tipazo y la piel de porcelana es muy fácil. Pero conseguirlo treinta años después es producto de esa elegancia potente e indiscutible que unos cuantos atrapan, y que tampoco pasa desapercibida para nadie. La elegancia y la edad casan muy bien.

La belleza de la elegancia en todas sus formas es una cualidad abstracta, difícil de definir, pero indudablemente uno de los valores que más nos inspiran.

Sean Penn dijo una vez, refiriéndose a Obama, que se sentía orgulloso de su país, por haber elegido a un hombre elegante como presidente. Lo que quiso decir exactamente no queda muy claro, pero es sugerente y provocador.

Muchos profesionales siguen pensando que lo único que se necesita para triunfar y para mantener un puesto de trabajo es la preparación técnica. Es obvio que sin ella nada se puede esperar. Pero….siendo ésta evidentemente fundamental, verlo aún desde esta perspectiva única y excluyente es contemplar la realidad con un prisma muy estrecho. ¿Por qué vamos a aprovechar sólo un 50% de nuestro potencial?

Serlo y parecerlo es el binomio perfecto. Lo vemos de una manera más gráfica en el mundo de la política.

Aunque no hay forma racional de vincular la elegancia con un buen gobierno, las apariencias sí que muchas veces juegan un papel importante en nuestras decisiones subconscientes.

John F. Kennedy ganó a Richard Nixon en la elecciones de 1960, entre otros motivos porque parecía más relajado, más joven, y fresco, en el primer y fundamental debate. También llevaba maquillaje, algo a lo que se negó Nixon y por eso parecía pálido, sudoroso y cansado. La fórmula Jack y Jackie funcionó muy bien fuera de Estados Unidos y también dentro, despertando un sentimiento de orgullo y elemento de refinamiento, en un país que no tiene monarquía.

Pero no nos engañemos. Detrás del interés por el cuidado externo hay mucho  más que una muestra narcisista de cada cuál. Hay mucho esfuerzo, trabajo, y el absoluto convencimiento de que dar la mejor imagen de nosotros es también lo mejor que por nosotros podemos hacer. Como afirma el  prestigioso doctor norteamericano Carlos Wolf en su reciente entrevista conmigo: «Está científicamente comprobado que la gente más guapa y más joven encuentra mejores trabajos». ¿Injusto? ¿Triste? Sí. Pero pasa.

¿Es rentable ser elegante?

La persona elegante suele ser observadora, disciplinada, sofisticada, flexible, amable, seductora, y prudente, que se conoce muy bien, sabe quién es, dónde está y lo que quiere. Y que piensa también en los demás. Es decir, alguien inteligente que tiene muy entrenada su capacidad para estudiar estrategias y analizar riesgos, y mezclarlas de manera automática con conceptos económicos tales como inversión, rentabilidad y optimización del tiempo.

¿A quién no le convence una persona con estos requisitos y valores?

Ajustarnos a un presupuesto, saber combinar colores, prendas, y estilos, es un buen master para el terreno profesional. Activar tantos resortes en un mismo cerebro implica tenerlo entrenado para formar equipos, optimizar recursos, alcanzar objetivos y adaptarse a todos. Valores útiles para cualquier profesional o empresa.

Combinado además con la palabra, el gesto, o el tono precisos, -también son parte de la elegancia- hacen de nosotros el aliado perfecto en cualquier cometido.

La pregunta provocadora que planteo es la siguiente:

¿Podemos como profesionales estar limitando nuestro éxito por no darle importancia a nuestro aspecto externo?

La verdad, la bondad y la belleza, después de todo, eran los grandes principios de la tradición clásica. Quizás esto es lo que nos dejamos fuera de la fórmula y quizás convenga reintroducir. La armonía entre lo que somos y lo que representamos. Algo que de frívolo tiene poco.

©Josefina Escudero

 

 

 

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