A ver si nos aclaramos

En los palcos de honor para actos oficiales e institucionales lo suyo es no moverse ni gesticular,  o hacerlo  lo mínimo, y en esto entra lo de señalar con espontaneidad. ¿A qué viene esto? Al gesto de doña Leonor en el desfile del pasado 12 de octubre, señalando al cielo con su brazo extendido, a bailar en su asiento al son de la marcha militar, o a la charlotea con su hermana.  Claro que son niñas,  eso es más que comprensible pero por muy simpático y natural que  le resulte a algunos comentaristas, esos gestos no proceden. Lo suyo es indicarles con antelación que bailar, no se baila. Aunque sean unas niñas.

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Conocemos la tendencia de doña Leticia a moverse, hablar con el de al lado en casi todos los actos a los que acude. Si de mostrar interés se trata, todo tiene su momento y sobre todo su cómo. Ella misma se excedió en las atenciones mostradas a sus hijas en el acto de proclamación de Felipe VI.

 

Pero aprovecho para decir que saber estar en actos de representación reza, no sólo para los miembros de la casa real, sino para quienes la imagen pública excede en responsabilidad y representación a su mero nombre de familia, tanto  en instituciones públicas como privadas .

Los actos de Estado tienen su ritual, su protocolo y su etiqueta que hay que respetar  si se respeta al Estado, y a los que conviene ir entrenados, adecuadamente vestidos y dispuestos,  en más de una ocasión, al sacrificio que ese acto pueda requerir.

En este caso en concreto, la llamada de atención no es, evidentemente, para esta niña sino a los responsables de su formación institucional. Todo experto sabe que cuanto antes se empiece el entrenamiento, más fácilmente se activa la capacidad de estar en cada momento de forma natural e impecable. No se trata de llamar la atención sino de ser dignos de ella.

No se malinterprete mi postura. Con la misma actitud de lo que procede y lo que no,  entiendo la reverencia a los reyes cuando actúan como representantes de la nación, aún sabiendo que no es obligación hacerla.

Igual hacemos con nuestra bandera nacional. Ante ella inclinamos la cabeza como muestra de respeto. ¿Alguien dice que  en pleno siglo XXI nos denigramos por inclinarnos ante un trozo de tela o incluso besarla? Pues por lo mismo, inclinarse ante los reyes no resta dignidad en cuanto que son un símbolo de nuestra nación. Y, con reverencia o sin ella, mostrar respeto no denigra a nadie.

 Ser oportuno y resultar conveniente es un recurso inviolable en las relaciones humanas y más en las relaciones de Estado. Por eso debe respetarse la delicada línea en la que toda norma está enmarcada y vigilar si es prudente saltárselas con la excusa de  adecuarlas a los tiempos modernos. Como las vigas maestras de un edificio, ni todas se puede, ni eso significa modernizar nada.

© Josefina Escudero

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