El mejicano tiene fama de que si te dice “ahorita mismo”, entre cuando te lo dice y cuando lo hace, te da tiempo a hacerte una carrera universitaria del viejo plan de cinco años.
Cuando un español dice: “eso está hecho”, “qué interesante” o “qué original tu propuesta”, pasa lo mismo. Tu crees que has dado en la diana pero, salvo excepciones, no verás reacción alguna que se convierta en realidad contante y sonante, que es lo que tu necesitas.
¿Por qué? Porque se olvida. ¿Y de qué se olvida uno? De lo que importa nada o bien poco. ¿Por qué entonces no lo dice abiertamente y evita crear falsas esperanzas en el otro, hacerle perder el tiempo, matar su autoestima poco a poco?
Decimos que la administración española es lenta, y bien sabe Dios que lo es y que desquicia a cualquiera. Que es lenta y arcaica se sabe en medio mundo. Es una de las grandes quejas y objeciones de la inversión extranjera a la hora de elegir España. Pero ¿de dónde sale este espíritu de marear y marear la perdiz, que parece que más que incentivar la inversión busca a ver si el otro se cansa y abandona?
De casta le viene al galgo
Se dice que nuestro carácter es directo, abierto y que nos gustan las cosas claras.
No del todo. Guardamos más parecido de lo que pensamos con un japonés o con un inglés, a quienes decir no directamente les puede más que la propia vida.
Cuántas veces en el día a día afirmamos algo que no tenemos en mente hacer. “Te llamo y quedamos un día de estos», “Oye, te llamo y confirmamos”, «Esto te lo soluciono yo en un segundo». Espera sentado porque no te llama ni tampoco te soluciona nada.
¿Esto es ser directo y hablar claro?
Analicemos por un momento dicha actitud en el terreno profesional y sus consecuencias.
Pongamos la siguiente situación. Eres un emprendedor -un emprendedor, no la IBM- con una idea maravillosa: la tuya. Has logrado quedar con un relevante hombre de negocios, empresario, inversor o funcionario importante, da igual quién: has quedado con ese “alguien importante para ti” y le vas a hablar de tu proyecto. Ya has conseguido reunirte con él, que no es poco ni suele ser fácil.
Pongamos que le gusta, que está interesado y te diga que lo va a mover. Por lo general, va a pasar tiempo hasta que recibas nuevas de tu asunto. A veces el atasco no viene por su lado, puede depender de otras personas que no terminan de estar accesibles. En este caso, nada que objetar.
Pero quiero reparar en cuando sí es el responsable único de su silencio, de su inacción. Terminada la reunión contigo, vuelve a su día a día y lo tuyo pasa a un muy segundo plano. Vuelve a sus prioridades y se olvida de lo que te dijo. Siempre le pasa, siempre es así. Solo que tú todavía no lo sabes y crees en su palabra. Entonces me pregunto: y si ya lo sabe, ¿para que se involucra? ¿Por qué no dijo desde el principio que ahora mismo no puede, que el proyecto es demasiado arriesgado, que no tiene tiempo, o contactos, o posibles, o lo que sea? La verdad con respeto no ofende. Y nadie pierde credibilidad.
Pongamos que no le gusta y que no esté interesado. Y, equivocado o no, lo tiene claro desde ese mismo instante. Pues, en este caso, puede que tampoco diga un no a la cara. ¿Y por qué no dice «lo siento pero no puedo ayudarte» o cualquiera de las razones ya mencionadas? ¡A saber! Porque tiene un compromiso con un amigo común y quiere quedar bien, o porque se quiere hacer el importante ante ti, o porque quiere evitar el mal rato de ver tu decepción. Prefiere recurrir a cualquiera de nuestras famosas “lo miro, “tengo que consultarlo”, “déjame unos días y la próxima semana te contesto”. Pero no hace nada. Deja que el tiempo pase y hable por él. Y habla, desde luego que habla.
No sé si somos conscientes pero esta forma de hacer es muy cara; acaba con muchos buenos proyectos en el cajón. Porque pocos se pueden permitir sentarse a esperar respuestas que no llegan. En España, para abrir un negocio o sacar un proyecto adelante, hay que tener posibles. De lo contrario, te va a ser muy difícil subsistir mientras te llega el pistoletazo de salida. Salvo tú y honrosas excepciones, que afortunadamente las hay, nadie piensa en tus premuras.
Y cuando eres de los afortunados que lo logran y tu proyecto ve la luz, después también lo sigues teniendo difícil. No es que yo esté negativa hoy, no. Simplemente pienso en esos proveedores que pagan a 90 días. Por no hablar de los que tardan un año.
Porque, hasta para pagar tarde, hemos hecho leyes a medida. Aunque eso signifique estrangular el presente y por tanto el futuro de miles de profesionales, de familias enteras. Sorprende que suceda en un país en el que su tejido empresarial está formado en su mayor parte por pymes.
¿Somos conscientes de lo que significa actuar así?
Para el que espera, en lo profesional, es un estrangulamiento lento. En lo emocional, paladas de cal viva.
Para el que actúa así, supone la pérdida de toda credibilidad en su palabra.
Para España, mala reputación.
Yo tenía otra idea de ser competitivos y de dar facilidades para crear riqueza. De ser empáticos y ponernos en la piel del otro. De ser prácticos e inteligentes y calzar mente empresarial.
Y mientras tanto, me pregunto si seremos capaces algún día de cambiar esta manía nuestra de «ser y no hacer», por la del «dicho y hecho». De ser empáticos y de tener palabra.
Como buena española, espero.