De la misma manera que creemos en mitos establecidos, nos movemos por impulsos, sentamos cátedra de oídas, y damos por bueno lo que no es.
Es obvio que no todos estamos preparados por igual y para cualquier disciplina en cualquier etapa de nuestra vida. Y recalco, “en cualquier etapa de nuestra vida».
Como también es obvio que no todos somos astronautas, ni hemos viajado en naves espaciales, -muchos ni subido en globo-, y sin embargo, cuando decimos que el hombre ha conquistado la luna, el éxito lo hacemos privativo nuestro, como si cada uno de nosotros hubiera protagonizado semejante hazaña.
Es algo parecido a lo que sienten los socios de ese club de futbol que gana el mundial. No tienen la preparación técnica de sus jugadores, pero mimetizados con su equipo, gritan a los cuatro vientos «somos los mejores, somos campeones» sintiéndose héroes frente al resto del mundo. Aunque su hazaña sea, en la mayoría de los casos, la de apalancarse en el sofá durante todo el partido.
Si, heredamos y también creamos mitos. Mitos sobre los que se sustentan civilizaciones, culturas, tradiciones, sistemas políticos, y políticas económicas. Mitos con los que damos por buenas certezas que no son tales. Y de la misma manera que creemos en mitos establecidos, nos movemos por impulsos, sentamos cátedra de oídas, y damos por bueno lo que no es.
A mi también se me ha trastocado un mito.
Hoy me he topado con una noticia que me ha llamado mucho la atención: Una maestra de Kung Fu de 94 años combate el crimen en las calles de China.
De entrada la noticia me choca, porque me altera el mito de una señora de 90 años, más bien frágil, a resguardo del ajetreo y el ruido, acomodada en su casa, con el bastón cercano y audífono a mano. Es decir, que era más o menos como yo imaginaba a una señora de esa edad.
Por supuesto, después de ver la noticia, tampoco se me ocurre pensar que todas las mujeres de 90 años practican Kung Fu, y están en condiciones de perseguir a guantazos a los maleantes de su pueblo. Pero me sirve de prueba tangible y de excusa perfecta, aunque parezca excepcional, para poner una vez más contra las cuerdas, al mito de que los años nos hacen inservibles, incómodos, rancios, y fuera de onda.
Y me sirve igualmente para denunciar el por qué de pronto, salvo muy contadas excepciones, al acercarnos a “esa edad maldita de los 50,” desaparecemos de un plumazo de los medios de comunicación, de las pasarelas de moda, de las pantallas de cine, de los despachos profesionales, del protagonismo de la vida en primera división.
Esta es la cuestión. El edadismo más cruel se ensaña con nosotros cada vez antes. Porque yo hablo de los 50, pero en realidad ¿cuándo empezamos a ser sospechosos de no ser productivos, o rentables, o de volvernos incómodos? ¿ A los 42, a los 45 ? Entonces ¿Qué nos espera llegados los 60 si necesitamos, o simplemente queremos trabajar?
Pues para eso también hay respuesta.
¿Se pueden hacer peor las cosas? ¿Se puede estar más equivocado?
En mi caso, por ejemplo, cada vez son más los profesionales que, en situaciones similares, me consultan en busca de soluciones. Incluso quienes tienen una interesante experiencia internacional, tan requerida por otra parte en nuestras empresas, de pronto se ven sin trabajo o a punto de perderlo, con un curriculum sin tacha, y una edad que los penaliza.
¿Es esto propio de una sociedad sana, inteligente, y práctica, con vocación de futuro y un concepto claro de la economía de empresa?
No obstante lo dicho, parece que poco a poco las empresas vuelven a reclamar la experiencia senior en sus primeras filas. Como también es cierto que cada vez son más los altos directivos jóvenes que reclaman la presencia y el saber de un ejecutivo senior a su lado. Porque echan de menos esa experiencia personal y transferible que les asesore y ayude a evitar innecesarios fracasos tan costosos por otra parte para las compañías, y con esos aprendizajes tan traumáticos para ellos mismos.
Una solución pequeña pero eficaz
Mientras no lleguen soluciones a gran escala, esas siempre bailan lento, y aún a riesgo de resultar ilusa, me pregunto: Las empresas de cazatalentos, los departamentos de recursos humanos, desde su posición selectiva y experta ¿no pueden incluir entre sus responsabilidades la de hacer ver a sus clientes que hay casos en los que seleccionar al candidato senior de 50-de 60 años, es la opción más idónea y conveniente para todos?
Si a los 90 los hay con disposición física para lidiar con la vida, como esta maestra de Kung Fu, otros muchos con «algunos años menos» y con la capacidad y el derecho de seguir haciéndolo, atesoramos curriculum y otros recursos para gestionar negocios, potenciar compromisos, resolver conflictos o modelar cinturas sin que nos tiemble la vida.
©Josefina Escudero