Ya hemos preparado todo. Enviamos las invitaciones a tiempo, con el lugar, la hora y la etiqueta exigida. Incluso preparamos un mapa indicador, o pasamos a buscar a nuestros invitados, si es necesario.
Adaptamos los espacios destinados a tal fin y diseñamos el menú más adecuado. Queremos que todo salga perfecto, que nuestros invitados disfruten y que nosotros salgamos airosos, reforzados y satisfechos. Es natural. Es nuestra compensación.
Los grandes olvidados
Preparar una fiesta requiere esfuerzo, tiempo, imaginación, técnica, pero también un gran sentido del respeto. Pocas veces pensamos que nuestra fiesta trasciende más allá de nuestra casa. Y no siempre de manera positiva. Y es que, aunque no nos demos cuenta, allí junto a los anfitriones y los invitados hay un ramillete de afectados que no vive de igual manera nuestro júbilo. El error más común es no ocuparnos de ellos. Son los grandes olvidados.
Me refiero a nuestros vecinos, esos de los que tiramos en algún momento de apuro, o de angustia urgente, y de quienes esperamos una sonrisa amable en el ascensor o la escalera. ¿Qué podemos hacer?
Para empezar informaremos a los más afectados. Una alternativa para causarle los mínimos trastornos es invitarles a la fiesta, o a una cena en un restaurante de la zona, a un cine, o a un espectáculo. O enviarles unas flores al día siguiente. No tenemos que gastarnos un dineral, es el gesto lo que cuenta. En cualquier caso, haremos el mínimo ruido posible y terminaremos a una hora prudencial. Especial cuidado tendremos si hay algún enfermo en nuestro edificio. Y si la circunstancia lo requiere nos brindaremos a cambiar la fecha, o a celebrar el evento en casa de algún amigo o persona de confianza.
Así ganaremos todos. Porque ocuparse de los grandes olvidados es una magnífica forma de mostrar nuestra grandeza y nuestra consideración a la comunidad en la que pasamos largas horas de nuestra vida. Eso también es respeto al medio ambiente y a las «políticas de sostenibilidad». Empezar por nuestra propia comunidad no es mala práctica. Es una magnífica ocasión de predicar con el ejemplo y de conseguir una buena fama merecida. Es la mejor campaña de comunicación con los más próximos, aunque no sean allegados.
©Josefina Escudero