Sin mala intención

 

Imagínate que hablando de trabajo con uno de tus proveedores escuchas al otro lado del teléfono la fatídica frase:

“Tengo que colgar porque me entra una llamada importante”.

Llevado por una inercia que ni tú mismo comprendes cuelgas precipitadamente, como si te hubieran pillado haciendo algo malo.

A los pocos segundos, no das crédito a lo que te acaba de pasar, y tu avatar reacciona, tarde pero reacciona, y le oyes que dice:

“¿Perdona? ¿Que le entra una llamada importante? Y la mía qué es…? ¡Pero si no me ha dejado decirle lo que quería! Que vale, que entiendo que conmigo sólo no salva su cuenta de resultados, pero soy un cliente, y estoy ahí desde el principio, bla bla, bla bla, bla bla…“

Y tú, que gracias a él te acabas de enterar que de importante no tienes nada, imaginas que llamará de vuelta, se disculpará al menos, y podréis seguir con la conversación.

Pero no llama.

¿Qué necesidad tiene de ponérselo tan difícil a su asesor de marca personal?

¿Y a su cuenta de resultados?

Porque estas reacciones pasan factura al final. Aunque sean hechas sin mala intención.

Para que ninguna urgencia te juegue una mala pasada, ten siempre a mano una buena excusa, y para ello, cuida mucho qué palabras utilizas. No es lo mismo decir “ ¡Uy! me entra una llamada importante”, que puede hacer sentir al otro que él no lo es, que decir “ Disculpa, no puedo hablar mucho ahora / me gustaría atenderte con más calma, ¿Te puedo llamar un poco más tarde, por favor?”

Y después de atender tus urgencias, llama de nuevo a quién dejaste colgado. Aunque ese cliente no sea tan importante para tí, tú para él si lo eres. Y precisamente por eso.

Para destacar y marcar la diferencia, no es necesario diseñar el puente de Brooklyn. En contra de lo que la mayoría piensa, la diferencia se hace a base de sutiles gestos.

Ante los imprevistos, cuida tu margen de reacción.

© Josefina Escudero

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